martes, 13 de septiembre de 2016

proyecto caballo de troya

El “sistema básico” que había impulsado la operación consistía en el descubrimiento de una entidad elemental en la formación de la materia y del propio universo: el swivel, que tiene la propiedad de cambiar la orientación de sus hipotéticos ejes, transformándose así en un swivel diferente. El tiempo podía asimilarse a una serie de swivels cuyos ejes están orientados ortogonalmente con respecto a los radios vectores que implican distancias. Tal descubrimiento hizo imaginar las más espléndidas posibilidades de viajes al futuro y al pasado. Se decidieron por realizar la operación. Se tuvieron en cuenta  tres «momentos» de la historia de la humanidad como posibles e inmediatos candidatos para una elección final. Era el 10 de marzo de 1971. Los tres objetivos en cuestión fueron los siguientes: 1.º Marzo-abril del año 30 de nuestra era. Justamente, los últimos días de la pasión y muerte de Jesús de Nazaret. 2.º El año 1478. Lugar: Isla de Madera. Objetivo: tratar de averiguar si Cristóbal Colón pudo recibir alguna información confidencial, por parte de un predescubridor de América, sobre la existencia de nuevas tierras, así como sobre la ruta a seguir para llegar hasta ellas. 3.º Marzo de 1861. Lugar: los propios Estados Unidos de América del Norte. Objetivo: conocer con exactitud los antecedentes de la guerra de Secesión y el pensamiento del recién elegido presidente Abraham Lincoln. Se decidieron por la primera y la llamaron Caballo de Troya. La Operación  contemplaba dos fases perfectamente claras y definidas. Una primera, en la que el módulo sufriría el  proceso de inversión de masa,forzando los ejes del tiempo de los swivels hasta el día, mes y año previamente fijados. En este primer paso, como es lógico, mi compañero y yo permaneceríamos a bordo hasta el «ingreso» en la fecha designada y definitivo asentamiento en el Punto de contacto. La segunda -sin duda la más arriesgada y atractiva- obligaba al abandono de la «cuna» por parte de uno de los exploradores, que debía mezclarse con el pueblo judío de aquellos tiempos, convirtiéndose en testigo de excepción de los últimos días de la vida de Jesús el Galileo. Ese era mi «trabajo». Este cometido -en el que no quise pensar hasta llegado el momento final- me obligó durante esos años a un febril aprendizaje de las costumbres, tradiciones más importantes y lenguas de uso común entre los israelitas del año 30. Buena parte de esos 21 meses los dediqué a la dura enseñanza de la lengua que hablaba Cristo: el arameo occidental o galilaico. Siguiendo los textos de Spitaler y de su maestro en la universidad de Munich, Bergsträsser, no fue muy difícil localizar los tres únicos rincones del planeta donde aún se habla el arameo occidental: la aldea de Ma’lula, en el Antilibano, y las pequeñas poblaciones, hoy totalmente musulmanas, de Yubb’adin y Bah’a, en Siria. Caballo de Troya contaba con dos técnicas, desconocidas, que yo sepa, por la comunidad científica. La primera fue desarrollada y puesta a punto por los laboratorios de ingeniería genética de la Navy. Durante años, como es habitual, la Inteligencia Militar fue «absorbiendo » y «haciendo suyos» los interesantes descubrimientos de científicos como Khorana y Niremberg (descifradores del lenguaje del código genético), Smith y K. Wilcox (descubridores de las enzimas de restricción), A. Kornberg y su equipo (que hallaron la polimerasa) y Berg (que produjo la primera molécula de ADN recombinado), entre otros muchos. La segunda tenía sus orígenes en la Nanotecnología.  Se trataba de una magnífica obra de ingeniería biológica, puesta al servicio de la operación, y fundamentada en los descubrimientos de Leland Clark y Guilbaut, de la Fundación de Investigación Infantil de Cincinnati y de la Universidad de Louisiana, respectivamente. El primero, con sus trabajos sobre biosensores, y el segundo, al construir un sistema que podía medir la urea en los fluidos corporales, merced a un microelectrodo que era capaz de registrar los cambios en la concentración de ion amonio, permitieron a los laboratorios militares la obtención de los «nemos», así bautizados en recuerdo del legendario capitán Nemo y de sus viajes submarinos. Cada «nemo», por utilizar términos sencillos, consiste en una especie de «microsensor» (casi un minisubmarino), de treinta nanómetros de tamaño (un nanómetro equivale a la milmillonésima parte del metro). Dependiendo de las necesidades de cada «misión», los «nemos» variaban de tamaño. Lo habitual eran los ya referidos treinta nanómetros (tamaño de un virus), pero Caballo de Troya disponía también de «batallones» de «nemos», con espesores de cien nanómetros. Actuaban como «sondas», y también como «correctores», proporcionando toda clase de información. Eran una «bendición», en lo que se refiere al diagnóstico médico, pero también una arma de doble filo, peligrosísima. Desde mediados de la década de los años cincuenta, cuando Clark inventó el electrodo que medía el oxígeno disuelto en la sangre, los laboratorios militares no han cesado de trabajar para la obtención de «nemos» que puedan destruir a un supuesto enemigo. Imagino que el hipotético lector de este diario adivinará a qué tipo de horrores me estoy refiriendo. Es por ello por lo que no haré una descripción detallada de estos asombrosos «robots orgánicos», capaces de llegar al último rincón del cuerpo humano de «fotografiarlo», de transmitir los datos y de destruir o corregir todo tipo de células, si así fuera necesario. Los nemos  identificaría y transmitiría por radio el patrón de bandas. Es decir, el «perfil genético» del individuo. La «huella», una vez en poder del ordenador, era amplificada a voluntad.) Esta diminuta maravilla de la Ciencia -únicamente programable con el concurso de Ordenador  ahorraba muchas de las fases de la primera técnica de identificación del ADN, excepción hecha de las ya mencionadas. En definitiva, un sistema más rápido, limpio y fiable. De acuerdo con el Mayor la técnica de clonación (transferencia nuclear) fue descubierta por los militares mucho antes de que Watson y Compton Crick (1953) presentaran al mundo el modelo estructural del ácido desoxirribonucleico. La clonación consiste en fundir mediante un pulso eléctrico dos células humanas o de animales. En una de ellas (huevo no fecundado u ovocito) se extrae el núcleo y se sustituye por otro que contiene el código genético que se desea clonar. El pulso eléctrico provoca la división celular y el nuevo embrión empieza a ser viable. En el momento indicado,  dicho embrión  es implantado en una madre de alquiler o vigilado en laboratorio. De esta forma se consigue un doble físico (no mental o espiritual) del ADN que se desea. El material dispone de la información necesaria para el desarrollo del individuo.

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